Te he soñado escapándote de la verdad; hoy tu imagen se vuelve diferente, tu recuerdo parece que se va lentamente; me siento un poco más valiente y a ti que me heriste, tal vez sin querer, te perdono porque sé perder.

jueves, 23 de agosto de 2012

Primero.



Dalila. En hebreo, la que tiene la llave.

            Caminaba sin mirar y, de pronto, la vi.
            Tenía un cuerpo menudo y unos enormes ojos, absortos en un escaparate. Era la vitrina de una tienda de televisores y una decena de pantallas retransmitía, de forma sincronizada, la gala de los Óscar. Ella parecía tan interesada en el evento, que detuve mi travesía hacia Alaska para sentarme a su lado.
Aparecían mujeres de largos vestidos, actores atractivos, vidas materiales. Sin embargo, cuando los televisores enmarcaron la imagen de un hombre con pinta de borracho, ella se tensó. La energía de su cuerpo golpeó al mío, como una ola sobre la roca. Por el séquito de chicas que gritaban tras la valla, supuse que aquel sería el nuevo James Dean. Un buen chico alcoholizado.
-¿Sabes? Es el mejor ejemplo de un idiota –dije, captando su atención.
            Era actriz. Lo supe en cuanto se volvió hacia mí y sonrió. Obvió mi aspecto y, al contrario que la mayoría, supo enmascarar el miedo ante la presencia de un extraño. Apenas un hombre sentado a su lado, contemplándola con un ansia secreta.
-Y tú eres el mejor ejemplo de suciedad-replicó, defendiendo a su amado televisivo.
-¿Tú crees? –reí, poniéndome en pie.
Pero ella tenía razón: no era mi mejor momento para flirtear. Ni siquiera era un buen día para caminar entre la civilización. Mi cuerpo y la ropa estaban cubiertos por una fina capa de arena seca, mi pelo era comparable a la melena de un león y… Bueno, al menos estaba vivo.
-Una tormenta de arena me pilló hace un par de días.
Ella siguió sin sorprenderse, aunque su expresión tampoco denotaba incredulidad. Parecía haber encontrado algo; algo importante.
-Soy Alex y voy a Alaska-dije, cuando el silencio me resultó insoportable. Qué irónico. Hui de casa buscando la soledad de la naturaleza y, sin embargo, su silencio era capaz de quemar el aire de mis pulmones hasta inundarlos en llamas.
-Soy Dalila y… estoy aquí-respondió, estrechando mi mano con fuerza.
Ambos nos aproximamos y su sonrisa se ensanchó. Sin duda, yo también había encontrado algo importante.

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