Ven a mi casa y báñate, dijo. ¿Puedo
lavarte?, preguntó más tarde.
Yo acepté
todas sus proposiciones, indecentes o no y, al final, me introduje en la bañera
de su apartamento. Cerré los ojos ante la luz que se colaba por la ventana y me
abandoné a la inmensidad de aquel diminuto cuarto de baño. Ella llenó el
recipiente esmaltado de blanco y comenzó por mi pelo. Lo masajeó hasta que la
espuma lo envolvió y luego se dedicó a mi cuerpo.
-¿Qué
pasó?-preguntó. Con la esponja, había llegado a una herida sobre mi omoplato
izquierdo.
-Un guardia
me pilló en un vagón de carga-respondí, mientras el destello fugaz de una maza
atravesaba mi mente.
Ella guardó silencio y continuó con
su obra. Poco a poco, el agua se tiñó de marrón, al mismo tiempo que mi piel
recobraba su tonalidad bronceada. Una vez hubo terminado con el pecho y los
brazos, tomó mis piernas bajo el agua y las sacó a la superficie.
-¿Y aquí?
Se refería
al mordisco de mi gemelo derecho.
-Su perro me
mordió.
En esta
ocasión asintió, acarició la extraña curvatura que había quedado tras el asalto
y se detuvo para volver a mojar la esponja. Cogió mis manos y la frotó sobre
las uñas mugrientas. No dejó de observar la quemadura que me recorría la mano
izquierda, la muñeca y una pequeña parte del antebrazo.
Ni siquiera necesité su pregunta.
-Me quemé
friendo patatas-dije.
Ella me miró
y algo extraño sucedió. Desnudo en aquel destartalado apartamento, cegado en
parte por el Sol, ella me miró y me vio.
Recordé entonces a mis padres, que
sólo vieron en mí la imagen del éxito americano. Recordé a mi hermana, que me
consideró siempre su alma gemela. Y, por último, rememoré a todas las personas
que pasaron junto a mí en su vehículo, obviando mi pulgar mirando al cielo,
creyéndome otro hippie sobre el arcén.
Ella fue
distinta. Me vio a mí, a mis miedos y ambiciones. Ese yo verdadero escondido
entre las páginas de clásicos, un fracaso para América con botas de montaña.
Ambos nos
reímos de mi elocuencia y, cuando su carcajada se hizo un suspiro, vació la
bañera. El sumidero tragó el agua sucia y emitió un eructo final. Como perdida
en su mundo, llenó de nuevo el recipiente y dijo:
-Esta noche
actúo. ¿Vendrás a verme?
-Claro.
Seguidamente,
me sumergí bajo el agua para ocultar aquel momento ya perdido, un instante que
cambió mi vida. No obstante, cerré los ojos justo antes de ver sus labios
moverse y dibujar “gracias”.
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