Te he soñado escapándote de la verdad; hoy tu imagen se vuelve diferente, tu recuerdo parece que se va lentamente; me siento un poco más valiente y a ti que me heriste, tal vez sin querer, te perdono porque sé perder.

jueves, 23 de agosto de 2012

Segundo.


Ven a mi casa y báñate, dijo. ¿Puedo lavarte?, preguntó más tarde.
            Yo acepté todas sus proposiciones, indecentes o no y, al final, me introduje en la bañera de su apartamento. Cerré los ojos ante la luz que se colaba por la ventana y me abandoné a la inmensidad de aquel diminuto cuarto de baño. Ella llenó el recipiente esmaltado de blanco y comenzó por mi pelo. Lo masajeó hasta que la espuma lo envolvió y luego se dedicó a mi cuerpo.
            -¿Qué pasó?-preguntó. Con la esponja, había llegado a una herida sobre mi omoplato izquierdo.
            -Un guardia me pilló en un vagón de carga-respondí, mientras el destello fugaz de una maza atravesaba mi mente.
Ella guardó silencio y continuó con su obra. Poco a poco, el agua se tiñó de marrón, al mismo tiempo que mi piel recobraba su tonalidad bronceada. Una vez hubo terminado con el pecho y los brazos, tomó mis piernas bajo el agua y las sacó a la superficie.
   -¿Y aquí?
            Se refería al mordisco de mi gemelo derecho.
            -Su perro me mordió.
            En esta ocasión asintió, acarició la extraña curvatura que había quedado tras el asalto y se detuvo para volver a mojar la esponja. Cogió mis manos y la frotó sobre las uñas mugrientas. No dejó de observar la quemadura que me recorría la mano izquierda, la muñeca y una pequeña parte del antebrazo.
Ni siquiera necesité su pregunta.
            -Me quemé friendo patatas-dije.
            Ella me miró y algo extraño sucedió. Desnudo en aquel destartalado apartamento, cegado en parte por el Sol, ella me miró y me vio.
Recordé entonces a mis padres, que sólo vieron en mí la imagen del éxito americano. Recordé a mi hermana, que me consideró siempre su alma gemela. Y, por último, rememoré a todas las personas que pasaron junto a mí en su vehículo, obviando mi pulgar mirando al cielo, creyéndome otro hippie sobre el arcén.
            Ella fue distinta. Me vio a mí, a mis miedos y ambiciones. Ese yo verdadero escondido entre las páginas de clásicos, un fracaso para América con botas de montaña.
            Ambos nos reímos de mi elocuencia y, cuando su carcajada se hizo un suspiro, vació la bañera. El sumidero tragó el agua sucia y emitió un eructo final. Como perdida en su mundo, llenó de nuevo el recipiente y dijo:
            -Esta noche actúo. ¿Vendrás a verme?
            -Claro.
            Seguidamente, me sumergí bajo el agua para ocultar aquel momento ya perdido, un instante que cambió mi vida. No obstante, cerré los ojos justo antes de ver sus labios moverse y dibujar “gracias”.

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