Te he soñado escapándote de la verdad; hoy tu imagen se vuelve diferente, tu recuerdo parece que se va lentamente; me siento un poco más valiente y a ti que me heriste, tal vez sin querer, te perdono porque sé perder.

sábado, 23 de marzo de 2013

1936.


  No hay más ruido en el callejón que el del fuego. Llamas que devoran nuestro hogar y deshacen nuestra revolución a cenizas que nadie recordará, ni siquiera yo.
  Ella intenta contener el llanto, pero las lágrimas logran florecer en sus ojos y derramarse por las mejillas hasta fallecer bajo el mentón. Su maquillaje está deshecho, su respiración es irregular y su cuerpo tiembla, amenazando con derrumbarse.
  Ella fue la que comenzó el proyecto de propaganda y manifestaciones contra en el bando sublevado. Ella y su encanto fueron los responsables de que Federico y yo nos uniéramos a la causa. Y ahora es ella quien contempla cómo el enemigo incinera sus panfletos de esperanza. La miro y sólo veo a la chica buena de película que se queda fuera, a la intemperie, mientras los malos ganan. En un arrebato de amor, alargo mi mano en busca de la suya. Sin embargo, Federico se me ha adelantado.
  -Tendremos que huir –murmuro, rompiendo el silencio.
  Ambos desvían su atención hacia mis palabras, confusos.
  -¿Huir? ¿Adónde?-pregunta ella, que jamás ha viajado fuera de la ciudad.
  -Fuera de Granada. Fuera de España, incluso.
  He oído de otros que se han visto obligados a coger una maleta y salir del país. Algunos lo han logrado sin caer en las redes de los azules. No obstante, es nuestra única opción si lo que buscamos es sobrevivir.
  Ella se lleva la mano a los labios y sofoca un grito. Me mira sin poder creerme y, a continuación, se gira hacia Federico. Él nos contempla a ambos con su semblante impasible. Parece distante, ausente.
  -¿Vendrás, Federico?-le pregunto, pero él no me escucha.
  Se vuelve hacia el edificio incendiado y todo su cuerpo se deshace en un suspiro.
  -Federico-repito, captando por fin su atención-. ¿Vendrás?
  -No, yo me quedo.
  Su respuesta es clara e inmediata, al igual que la reacción de ella. Incrédula, se vuelve hacia su amigo y se asusta al no ver vacilación en sus ojos. Entonces Federico se inclina hacia su musa y le susurra palabras que yo jamás conoceré. No obstante, el efecto del mensaje es certero y ella no puede evitar romper a llorar. Ambos se deshacen en un abrazo y, por primera vez en mi vida, me siento solo.
  Ella jamás me querrá como quiere a ese pobre poeta. En esta película, yo sólo seré el pianista fracasado que, al oír una sirena estridente al final del callejón, tomó a la chica de la mano y la sacó de la ciudad, del país.
  Y, sin embargo, allí quedó el poeta, con un verso de muerte escrito en la piel y un suspiro de amor en los labios.

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