Te he soñado escapándote de la verdad; hoy tu imagen se vuelve diferente, tu recuerdo parece que se va lentamente; me siento un poco más valiente y a ti que me heriste, tal vez sin querer, te perdono porque sé perder.

miércoles, 8 de febrero de 2012

¿Mercedes?

De nuevo, París.

-Pero ya no recuerdo su nombre, ¿puede creerlo? Lo más importante, y lo olvido.

No dije nada porque él estaba casado y yo también. Callé, porque no tiene sentido intentar encender una cerilla bajo el mar. Sin embargo, él esperó, en vano, una contestación.

De pronto, miré más allá de su expresión y vi a su representante, aquel hombre pequeño y nervioso, agitar sus brazos a lo lejos. “¡Isaac! ¡Isaac!”, gritaba. Él no pareció percatarse de que reclamaban su presencia, así que le advertí:

-Tienes que irte.

En un primer instante, mis palabras parecieron aturdirlo. Su cuerpo se tensó bajo el traje, los labios entreabiertos. Creí que su reacción a mi observación jamás llegaría y me asusté. Indagué en el interior de sus ojos en busca de aquello que temía, pero sólo encontré un muro blanco que me obligó a retroceder. Pese a todo, Isaac Vargas no me había reconocido.

Medio minuto más tarde, el movimiento de sus párpados regresó y, con él, su reacción.

-Sí, claro –murmuró, llevándose una mano a la nuca.

Le entregué mi sonrisa más cortés y contemplé cómo desaparecía bajo el alboroto. Respiré hondo y cerré los ojos. No quería ver marchar al hombre de mi vida, o quizá sólo fuera el cansancio de una noche en vela. Rehíce mis pasos hacia la vida que me esperaba una vez cruzado el puente y, de pronto, una batalla entre las nubes que pocos recordarían dio comienzo. Pero la lluvia despiadada que predije al alba no fue suficiente. Su voz llegó y sonó en mi mente, alta y clara, como el golpe final de un gong.

-¿Mercedes?

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