Te he soñado escapándote de la verdad; hoy tu imagen se vuelve diferente, tu recuerdo parece que se va lentamente; me siento un poco más valiente y a ti que me heriste, tal vez sin querer, te perdono porque sé perder.

domingo, 11 de abril de 2010

Oculto.


Do you wait for me again?

Por un momento, cierra los ojos. Sigue corriendo, sin ver. Eleva los brazos y escucha. Si no fuera por los tiros que se oyen a los lejos y los gritos ahogados de rostros sin nombre, podría estar en el cielo. Oh, sí. Sonriendo mientras el tiempo pasa sin importarle, mientras él agarra su mano y no se la suelta, mientras le mira con esos ojos azules suyos que tanto odian los soldados.
Pero no está en el cielo. Él no le agarra la mano. Abre los ojos y no lo ve delante suya, corriendo como él. Ha desaparecido, pero siente que lo mira. ¿Desde dónde? Se para y observa el lugar. Están lejos de las cabañas, lejos de la “escuela”. No deberían estar allí. No deberían haber burlado a los soldados. Pero Ian siempre hace lo que quiere cuando puede y él siempre lo sigue. Como si fuera su estrella, su guía.
De pronto, sin necesidad de una señal, sabe que sus miradas se han encontrado. Y sabe que él está dentro de esa especie de cobertizo con la puerta entreabierta, esperándole. Camina, pisando el barro con sus desnudos pies y hundiéndose de vez en cuando. Su risa aumenta conforme va llegando, hasta que empuja a la puerta para que se abra completamente. Y dentro, sólo oscuridad.
Sin miedo, entra. A tientas, se guía por la pequeña habitación hasta que toca una especie de tela áspera. Está donde guardan los trajes. Esos trajes horrendos que los convierten a todos en iguales. Y en parte tienen razón. Él no es especial, pero Ian sí. Se da la vuelta y alguien le pisa sus pies:
-¡Ay! –medio grita medio susurra, mientras intenta aguantarse la risa.
-Lo siento –le contesta él, avergonzado.
Y le perdona. Mientras le acaricia su mejilla, con algún que otro grano adolescente, se imagina la de veces que sería capaz de perdonarlo. Una, dos, tres… Miles. Miles “te perdono”. Miles “te quiero”. Miles de besos escondidos bajo una mirada. No lo aguanta más. Está harto de trabajar. Está harto de los soldados. Está harto de esa gran alambrada. Está harto de ese brazalete que cada día le quema más y más. Está harto de ser judío.
Siente su respiración nerviosa en sus labios, ese aire caliente que le hace ruborizarse. Siente cómo las manos de él suben poco a poco por sus pantalones sucios y mojados hasta que llegan a su cara. Y sus labios se acercan, se acercan. No los ve, pero los siente. Como nunca antes había sentido a alguien.
De repente, el montón de trajes sobre el que está apoyando la espalda se derrumba y los dos caen sobre una montaña de maloliente ropa. Y se besan. Una y otra vez. Se besan, se sienten, se tocan, se ríen. Nota que sus manos frías no aguantan la tentación de buscar bajo su camisa la huesuda piel, repleta de dolor, de moratones. Ian siente sus manos y se quita la camiseta, a pesar de que fuera hace viento. Gimen, sonríen, se tiran al congelado suelo. Ian encima suya. Él debajo. Poco a poco, alguien le va bajando los pantalones. Con dudas, con ansias.
Él cierra los ojos y, sin necesidad de imaginárselo, lo sabe. Está en el cielo.
Y, pese a todo el calor, pese a que están sudando, a los dos les da escalofríos al mismo tiempo. Alguien ha abierto la puerta. Él abre los ojos. Ian suelta sus pantalones. Los dos miran hacia la sombra que los contempla, con la boca abierta y con ira en la mirada. Lentamente, el hombre saca su pistola y apunta. No le tiembla la mano, no se lo piensa.
Él oye el sonido de los dos disparos y siente una de las balas clavada en su costado; pero no le importa.
Ian le está besando.


WLS

sábado, 3 de abril de 2010

Don't tell me that it's over.


I want to wake up kicking and screaming, I want to know that my hearts's still beating. It's beating, I'm bleading...

Hay que ver, la de cosas que tiene eso de ser adolescente. Eso de tener todas y cada una de tus pequeñas hormonas revolucionadas, esperando cualquier oportunidad para explotar en un mar de gritos estúpidos y latidos incesantes de esa máquina rara. Eso de no poder pensar en otra cosa. Amor, amor, amor. Bueno, y sexo. Eso de tener una mente tan simple, tan predecible, tan normal. Hay que ver, la de cosas que tiene eso de ser adolescente. Engañarte, martirizarte, mentirte. Horas y horas en ese pequeño santuario de cuatro paredes que ni siquiera se distinguen por los miles y miles de pósters. Esas miradas de papel fino cada noche, esa ilusión, esos sueños, esas ganas de comerte el mundo. Esa certeza de que todo está a tus pies, de que un día lo conseguirás. Amar a un extraño, a un desconocido. Idolatrarlo, soñarlo, desearlo. Hay que ver, qué de cosas. Qué de lágrimas mimadas, estúpidas e innecesarias. Qué de momentos buenos, de risas, de saltos, de corazones que dejan de latir, de caras rojas por la vergüenza, por el amor que aflora cual primavera esperada. Qué de amigos que no lo son, que quieres que lo sean, que tal vez serán. Qué de decepciones. Una tras otra. Qué de enfados superficiales e infantiles que luego se convierten en sonrisas y caminatas en forma de ese. Peleas con tu madre, con tu padre. Peleas con todo el mundo. Darle la espalda a la sociedad, a la estrecha y equivocada sociedad. Revelarte, revolucionarte, hacerte ver, creyendo que siempre brillarás, que tu estrella siempre estará ahí, para que todo el mundo pueda otear el horizonte y contemplarte. Bella, inteligente, buena, rebelde, divertida. Tu estrella y de nadie más. Porque ser adolescente tiene muchas cosas. Tiene muchas reglas rotas, muchos corazones estropeados, lentos y tristes. Pero las estrellas, tarde o temprano, siempre se apagan.
Y supongo que es mejor así.


WLS