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Allí estaba ella, con tan sólo un
vaporoso vestido blanco, sentada en la proa. Las largas piernas meciéndose con
la marea, los brazos apoyados en la barandilla de cubierta, oteando el
horizonte. Me acerqué, atravesando torpemente mi propio velero, aunque quizá
era simplemente su presencia, su elegante figura, la que me hacía sentir como
un adolescente tímido y patoso, cuando ya rozaba el medio siglo. Me senté a su
lado, justo a tiempo para contemplar el alba templado sobre el Mar Mediterráneo
y escuchar un suspiro. Me miró, como muy pocas mujeres me han mirado alguna vez,
entregándome con serenidad, sin prisas, todo el amor que albergaba su cuerpo a
una hora tan temprana, y acercó sus labios a los míos. Fue un beso ligero, que
pasó de puntillas por nuestro sórdido historial y, sin embargo, fue el que
finalmente me puso de rodillas; figuradamente.
-Stay -le susurré, le imploré, a esa boca
carnosa que no había sido capaz de alejarse.
Me acarició entonces, primero la
barba, deteniéndose en los pocos pelos que habían logrado traspasar la barrera
del rojo, hasta alcanzar y morir en el blanco; luego los rizos asalvajados. Yo
cerré los ojos, porque no soportaba ver los suyos, que me decían “no puedo, no
quiero, te quiero”. Al final de aquel día, ella partiría hacia una vida
tranquila, de placeres sencillos, y yo tendría una vez más un corazón roto
sobre el que crear lo que algún loco se atrevió a llamar música. Así era, tal y
como ella dijo que sería, cuando aceptó fugarse conmigo… “Tan sólo por un año”.
Sus caricias cesaron, y sus manos
regresaron a la posición en la que las había encontrado.
-I wanted to be a pirate when I was little
-dijo, escondiendo una sonrisa nostálgica entre sus brazos.
-Not a mermaid?
-No… A pirate.
Podía imaginarla perfectamente
con parche y pata de palo, gritando obscenidades, y también semidesnuda y
arrastrando a lujuriosos marineros como yo hacia la muerte, pero había un
porqué para aquella pregunta. Su aniñada expresión interrogante me obligó a
confesar:
-Did you know you’re a sleepwalker?
-A sleepwalker?
-Yes.
Y me dispuse, como un irlandés
ejemplar, a contar una buena historia, aunque sin arreglos ni florituras esta
vez. Esta vez, ya había desnudado a la chica.
-Last night, I woke up and found you ready to
jump into the sea –aquí añadí la pausa dramática que la ocasión
requería-. I stopped you, but
you kept resisting, saying that the mermaids were calling for you – aquí
ella frunció deliciosamente el ceño-. I managed to take you back to bed and then you… Then you kindly suggested that we should make
love.
-I believe I was fully awake when that happened -concluyó,
dedicándome esa mirada y esa peligrosa curvatura de labios que significan “lo
recuerdo bien, lo recuerdo todo”.
-Yes, I believe that, too.
De pronto, el sonido de un golpe
procedente de la cabina desvió nuestra atención. Ella hizo el ademán de
levantarse, pero la detuve. Me acerqué al origen del ruido y, justo cuando me
disponía a revisar los controles, otro sonido sacudió al mar en calma: esta
vez, el de un cuerpo cayendo al agua. Levanté la vista y no la vi, así que
corrí hacia la proa y me asomé por la barandilla, pero no había ni rastro de
ella. Ni burbujas, ni espuma.
Mi corazón había dejado de latir
y ahora un sudor frío recorría mi cuerpo menudo, mientras me debatía entre
saltar con o sin chaleco. Finalmente, la razón prevaleció, y regresé a la
cabina. Cuando salí de nuevo a cubierta, allí estaba ella, sin su vaporoso
vestido blanco, en la proa. Los brazos apoyados en la barandilla, el resto de
su cuerpo fuera del barco y de mi vista… Sonriendo.
Entonces, comenzó a cantar.
Cold, cold water
surrounds me now…