Te he soñado escapándote de la verdad; hoy tu imagen se vuelve diferente, tu recuerdo parece que se va lentamente; me siento un poco más valiente y a ti que me heriste, tal vez sin querer, te perdono porque sé perder.

martes, 30 de marzo de 2010

Tentador,furtivo.


And I would have stayed up with you all night. Had I known how to save a life…

La rutina volvió a estancarse de nuevo en aquel limbo eterno que parecía ser el mío. No sabía por qué estaba allí, y tampoco me molesté en preguntar. Me encontraba completamente sola, bañada por una oscuridad apabullante. No había luz por ninguna parte y no podía distinguirme ni las palmas de mis manos. Pero eso no era nuevo. Cada noche, cada vez que lograba cerrar mis ojos para no volver a abrirlos en las próximas ocho horas, aquel sueño me perseguía como loco. Me esperaba en mi cama cada día, al dar las diez. Tentador, furtivo, pero demasiado peligroso. Porque, mientras contemplaba la oscuridad que me rodeaba, la nada más inmensa, sentía miedo. Miedo a no salir de allí, a no poder escapar, huir.
Comencé a desesperarme, como siempre. Sentí cómo las gotas de sudor resbalaban por mi sien, presas del nerviosismo. Miré a izquierda y derecha, pero no había nada. Ni luces, ni aromas, ni tactos, ni sonidos diferentes. Todo estaba sumido en el más profundo de los silencios. Y yo cada vez tenía más miedo. Las rodillas comenzaron a fallarme y, a los pocos minutos, me desplomé, sobre fuera cual fuese el suelo que hubiera debajo de mis descalzos pies. Me agarré fuertemente las rodillas, buscando cualquier tipo de protección ante la soledad eterna. Y, como siempre, antes de que los suplicantes sollozos se convirtieran en algo más, una espalda se apoyó contra la mía. Una espalda grande, fuerte.
Como si lo necesitara, como si toda mi vida hubiera estado esperando ese momento, dejé caer una de mis manos y la arrastré hacia esa espalda, quedándome a medio camino entre la persona desconocida y yo. Mi cabeza seguía entre las piernas, incapaz de moverse. Hasta que sentí su tacto. Rugoso, fuerte, cálido. Su mano se posó sobre la mía, apretándola contra el invisible suelo. Luego, vino el susurro. Aquel susurro reconfortante, que hacía que me sintiera completa cada noche.
-Camina, corre, huye, avanza –era un susurro lejano. Tanto, que apenas podía distinguir si era de hombre o mujer-. Sígueme, persígueme.
Pestañeé y todo se volvió blanco. Absolutamente todo. La melodiosa, cariñosa y dulce voz se perdió completamente en la lejanía. Aquella espalda grande y segura desapareció, al igual que la mano cálida y protectora. Incluso yo desaparecí del plano. Lentamente, abrí mis ojos, preparada para cualquier cosa.
Menos para lo que me estaba esperando al otro lado.


WLS

martes, 16 de marzo de 2010

I thought I could fly...


And I don’t want to hear the sound of losing what I never found…

Sentada en una parada de algún autobús de cualquier calle, miré al vacío una vez más. Contemplé el charco en el que pisos llenos de recuerdos se reflejaban. Y sentí que no avanzaba. Una vez más, noté el frío de aquel estancamiento perpetuo al que miles de cadenas ásperas e irrompibles me sometían. Contemplé la madurez en el cielo. Azul, despejada, limpia. Tan imposible, tan inalcanzable. Demasiado intangible como para ser cierta. La inocencia intentando no ahogarse en el charco que mis pies habían pisado segundos antes. La inocencia, que se negaba a abandonarme. La inocencia. Pesada, chillona, que se burlaba de mí suspiro tras suspiro. Aquel camino desértico ya no podía ser más largo, ya no podía complicarse más. El cielo no podía hundirse más, pues ya casi lo rozaba si me ponía de puntillas. A pesar de ser de un azul intenso, de ese azul que roba sonrisas, yo lo veía gris, gris oscurecido. Porque tal vez esperaba un trueno que lo destruyera todo y que me dejara escapar. Un relámpago, un rayo, un halo de luz ardiente. Algo que significara el fin de aquella agonía adolescente, de aquella confusión, de aquella parada profunda y dolorosa que jamás podría superar. Nunca apareció ningún trueno. Seguí esperando cinco minutos más, hasta que un autobús cualquiera se detuvo frente a mí, abriéndome sus puertas a un nuevo mundo. Donde tendría que buscar otra manera de escapar, de huir sin que nada importase. Ni una mirada furtiva, ni un “perdona, no quería pisarte”, ni un empujón a propósito, pero sin maldad. No, el amor no podía salvarme aquella vez.
Y, casualmente, alguien me miró. Alguien le susurró a mi oído “perdona, no quería pisarte”, justo después de sentir mi cuerpo un pequeño pinchazo en el pie. Alguien me empujó. Miré al vacío una vez más. Traspasando los cristales del transporte, las verjas, los edificios, el horizonte. Y me quedé allí, en la nada. En la oscuridad.

No, el amor no iba a salvarme aquella vez.


WLS